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Licorice Pizza: amor juvenil

Una improbable historia de amor, en tono de comedia, donde hay muy poco romance y numerosos giros del destino.
viernes, 25 de febrero de 2022 · 20:50

MONTERREY, N. L., (apro).- El adolescente Gary descubre el amor en la adulta Alana. El encantamiento es platónico. Ese dulce sentimiento lo sorprende en una época gloriosa de libertades, en California, en los albores de los 70. Él tiene 15 y es un chico precoz, inteligente, con iniciativa. Ella es de 25, con noviazgos fracasados, y se siente sorprendida por la determinación del chico, a quien ve como un menor que solo busca una aventura veraniega.

Los debutantes Cooper Hoffman y Alana Haim estelarizan Licorice Pizza (Licorice Pizza, 2021) una improbable historia de amor, en tono de comedia, donde hay muy poco romance y numerosos giros del destino, para hacer que estos jovenzuelos se aparten, pese a que saben que están hechos el uno para el otro.

El genio Paul Thomas Anderson escribe y dirige esta historia a la que le da nombre con un establecimiento que existía en el Valle de San Fernando cuando él era pequeño. Con esa rebanada de nostalgia, rodada con formato de 35 milímetros, hace un film personal lleno de nostalgia, en el que rescata sus propias memorias para retratar a un muchacho, que es una especie de alter ego sentimental, aproximándose con inseguridades a su primer amor.

El arte es muy preciso, con retrato perfecto de la época en la que la desilusionada Alana ve el futuro con apatía, esperando algún incidente que la rescate de la monotonía en la que vive, en su entorno judío lleno de recato, y tradiciones y en el que no se siente a gusto.

Gary es el hombre correcto, pero decide rechazarlo, por cuestiones de edad. En esa intensa relación de separaciones, lo que importa es la energía que se cruza entre los chicos pues ella, aunque es mayor, se comporta como una adolescente, con mucha menos percepción de la realidad que su voluntarioso enamorado, que contempla al mundo desde una perspectiva realista. Incluso sabe lo lejos que está de ella, al estar dolorosamente consciente de la diferencia de edades.

La transformación de los dos es maravillosa, como un milagro de la actuación, con actores dotados, al servicio de un director virtuoso. Lenta e imperceptiblemente él crece emocionalmente, y ella va ajustado las exigencias de su corazón, para adecuarse a la edad de quien la busca. En el punto de su ineludible encuentro, la calibración emocional es perfecta.

Los adultos rondan en torno a ellos como viejos tontos, que invierten sus esfuerzos en banalidades. Incluso se ven mal tratando de ser correctos, como pasa con el padre de ella, que se esmera demasiado en los cuidados de sus añejos rituales.

Los pequeños papeles son geniales, y con nombres indirectos. Sean Penn, es el dipsómano William Holden quien, apoyado por Tom Waits, hace un imprudente acto de doble de acción en una apacible velada. Christine Ebersole es la neurótica Lucille Ball. George Di Caprio y John C. Rilley aparecen en pequeñas partes.

Anderson al final hace una historia muy a su manera, con guiños propios que, sabe, son referentes para una generación que creció dentro de una nación dividida por un lejano conflicto bélico y que, para escapar de su propia confusión, recurría a los canábicos o los libres intercambios corporales sin temor, aún a los padecimientos virales con la letalidad que se rebelaría años después.

El protagonismo descansa en desconocidos que se convierten en estrellas instantáneas, dentro de una historia que tiene un trama tenuemente delineada, y que se concentra en presentar un estado de ánimo social, como el fresco de una época que muestra con viñetas y anécdotas de su propia memoria y que, indudablemente, disfrutó tremendamente.

Licorice Pizza es una cálida evocación, dirigida a los viejos que pasaron por esos años irrepetibles.

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