Cine

“El contador de cartas”

Con "El contador de cartas" (The Card Counter; EU, 2020), Paul Schrader explora de nueva cuenta esa realidad paralela que lo obsesiona: la fractura entre condicionamiento histórico y vida espiritual.
sábado, 19 de marzo de 2022 · 15:48

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Con este último largometraje, Paul Schader (1946) confirma su lugar como uno de los realizadores y guionistas más carismáticos del cine, en la línea que va de Tarkovsky a Kieslowski y a Kiarostami.

Para este calvinista autor del guion de Taxi Driver (1976), carisma significa el peso teológico que arrastra el antihéroe (Un gigoló americano, 1980) desde su caída hasta su redención. Con El contador de cartas (The Card Counter; EU, 2020), Schrader explora de nueva cuenta esa realidad paralela que lo obsesiona: la fractura entre condicionamiento histórico y vida espiritual.

William Tell (Oscar Isaac) vive de su juego de cartas, mantiene un perfil bajo, recorre casinos americanos donde juega y gana con discreción, luego de aprender a contar las cartas durante los ocho años que pasó en la cárcel. En una convención en Atlantic City se topa con un joven, Cirk (Tye Sheridan), quien lo reconoce como exmilitar de Abu Ghraib, puesto que Tell perdió cuando se denunciaron las torturas que ahí se practicaban, y de esa triste prisión iraquí también salió, humillado y adicto a las drogas, el padre del muchacho. Gordon (Willem Dafoe), entrenador y experto de “las técnicas especiales de interrogación”, sería el culpable de todo, y ahora Cirk planea asesinarlo.

Para Schader, educado en el rigor calvinista que proscribía los espectáculos, el cine representa el fruto prohibido en el que descubre al arte como camino a la redención; sus protagonistas prueban un fruto prohibido, se pierden, comprenden que deben pagar un precio, y aceptan. En su famoso ensayo “El estilo trascendental en el cine”, que escribió a los 24 años y donde estudia la técnica de tres maestros (Carl Dreyer, Yasuniro Ozu y Robert Bresson), Schader postula que la fuerza espiritual del cine no se haya en el contenido, sino en el estilo: de ahí que movimientos de cámara lentos o tomas estáticas (“long takes”), edición llena de agujeros (elipsis), ausencia de explicaciones compensadas con la repetición de gestos y rituales, poca música y, más que todo, énfasis en lo mundano, provocan que el espectador reaccione a la incomodidad y logre captar una realidad paralela, la de la vida espiritual. 

De nombre legendario, este William Tell no pierde de vista el flujo de las cartas, tal es su ancla al mundo real; por eso forra con sábanas blancas todo el mobiliario de los cuartos de los moteles que habita, no quiere distraerse, vive con la carga del pasado, sabe que la prisión no habría sido suficiente para purgar su culpa, y que el pasado lo alcanzará. En contraste con la sequedad de las secuencias de los ritos que Tell lleva a cabo en cada casino, para el director las composiciones, las escenas del pasado en prisión están filmadas con lentes que deforman la imagen, pues la vida subjetiva no puede escapar de la carga afectiva del pasado.

Este estilo que el autor define como trascendental (espiritual, no en sentido kantiano) se apoya, a su vez, en otro estilo, el del cine negro, universo que le permite concentrarse en un mundo social desarticulado donde luchan luz y sombra.

Paul Schader es un artista cosmopolita que posee una extraordinaria cultura, tan amplia como la de Martin Scorsese,­ incluso más profunda, pero su cine apela a la conciencia de su país, el gigoló es americano, y la prisión es la de Abu Ghraib. 

Crítica publicada el 13 de marzo en la edición 2367 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

 

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